Acorazado Potemkin: diez años de Mugre
Encarnan, desde lo individual, la historia misma del “under”: vienen de bandas fundacionales que renovaron el capítulo del rock post-ochenta. Pero, a la vez, lograron lo infrecuente: seguir siendo vanguardia, por originalidad, por ósmosis con su tiempo y su gente.
Fede Ghazarossian (Don Cornelio y la zona, Los Visitantes, Me darás mil Hijos) Juan Pablo Fernández (Pequeña Orquesta Reincidentes) y Lulo Esain (Valle de muñecas, Motorama) zarparon, hace más de diez años, en un barco enardecido de canciones vivas que ellos tripulan con vigencia e identidad.
La secuencia de títulos de sus discos parece hilvanar un acertijo: Mugre, Remolino, Labios de río, Piel ¿Qué hay entre el primero y el último? ¿Qué cambió, si es que cambió algo? Eso les preguntamos tras el último ensayo, a horas de conmemorar la década de su primer disco físico…
Juan Pablo Fernández: Por momentos es como si viniéramos haciendo lo mismo. En cuanto al sonido en sí, Mugre lo grabamos con producción de Gustavo Semmartin y los siguientes con Mariano Esain, ahí hay una diferencia objetiva. Pero las cosas que fuimos cambiando tienen que ver más con el hacer cotidiano: nunca nos planteamos estilos o direcciones en lo musical, sino laburar en cada canción para que se resuelva por sí misma, con su desarrollo, su clima, su intensidad. Eso atraviesa a los cuatro discos.
Fede Ghazarossian: Quizás en Mugre habíamos dejado cierto lugar abierto a las zapadas. En los tres discos siguientes bajamos cosas un poco más concretas. Mugre fue la germinación de algo. Para preparar este show yo me propuse no escucharlo, como dejando que el cuerpo sepa, y ahí, recordando, equivocándome también, reconocí todavía mejor que hay un hilo conductor de todo lo que vino después y formó esa masa musical que somos.
La mitad
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Lulo Esaín: Algo constante desde el principio es que nos gusta hacer las canciones entre los tres, y eso es estar descubriéndose también en las ideas que trae el otro, escucharse. Sigue siendo divertido llevar adelante esa construcción. En este repaso, lo que me gustó fue recordar el origen de muchos arreglos y del porqué en cada caso. Y encontré también que los temas nuevos conviven muy bien con los viejos.
J.P.F: Además, en ese primer disco, como en los tres que siguieron, nada está porque sí. Todo fue puesto a conciencia y eso es lo que lo hace perdurar. A diferencia de otros grupos, nosotros no hacemos veinte, treinta temas, para después descartar la mitad. Trabajamos lo que tenemos hasta encontrar el lenguaje, el sonido particular, y que cada idea del compañero se desarrolle hasta resultar imprescindible.
Mugre completo
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Télam: En sus shows hay público de tres generaciones ¿Cómo ven ustedes, al cabo de estos más de diez años, al rock de guitarras y batería frente a otros géneros nuevos, quizás más de mercado?
F.G: Ese rock que decís sigue existiendo: hay bandas que son mucho más jóvenes que nosotros y hacen cosas increíbles. El otro día escuchaba, por ejemplo, a King Gizzard & Lizard Wizard; unos pibes australianos que hacen una mezcla de Captain Beefheart, Zappa, King Krimson, una locura. Y así tenés miles. Cuando nosotros empezamos a tocar como Potemkin es cierto que hubo un volver de la gente al rock, sobre todo después de la década Cromagnon, que bajó mucho a lo acústico o las máquinas. En todo caso me parece que el trap y esas movidas tomaron un poco lo que ahora no está diciendo el rock. La parte peleadora del punk, por ejemplo. Wos, ponele, tomó algo de eso. Pero… hay que reírse de los géneros: eso es rock. Y no está agotado.
L.E: Me parece que hay que separar el mainstream de lo que son los géneros. Al rock se le exige que sea contestatario, que sea pop, que sea masivo, que sea under, que sea todo. Yo creo que el rock es un lenguaje súper amplio y depende de cómo lo usás.
J.P.F: Hay mucho rock como hay mucho tango: Rovira y Piazolla no son Troilo ni Cedrón. Una de las cosas lindas del rock es la impunidad de chupar todos los géneros y romper las fronteras. La queja de que el trap no es música me parece conservadora. Hay gente conservadora en el tango, en el folklore y en el rock, pero el tema para mí es mantener la curiosidad; abrir, cuestionar. La música y sus categorías se explican después, las teorías, los nombres, el post tango, el post rock… en el momento de la creación todo es más confuso…
“Cada canción es un árbol”
Las letras de Acorazado tienen, en cuanto a forma, un sello de identidad: parecen esquivar la rima consonante, la del pegue fácil en los estribillos, esa que Capussotto satiriza. Este diferencial lírico del trío hace también a la médula de sus temas; así, aun cargados de poesía, llevan una deriva de crónica, de aguafuerte. ¿Qué dice el letrista Fernández?
J.P.F: A veces me señalan un fraseo “como tanguero”. Creo que eso que se escucha tiene que ver en realidad con una característica de las letras escritas como se habla, algo que, aunque no es exclusivo del tango, este lo tiene por excelencia. Pero intentar escribir así te obliga a respetar el sonido oral de las palabras; los acentos, las combinaciones, las frases. Incluso los dichos populares, hasta las frases hechas. Trato de escaparle a las florituras y buscar la forma hablada, cantar como contando algo. Palo Pandolfo, Moris, Javier Martínez, hay una línea por ahí.
L.E: También pasa que Juan propone métricas en la voz que se salen de lo esperable y eso llega, permea lo musical.
J.P.F: Sí, y a su vez esas letras son deudoras de la música, porque yo las escribo después. Tiene que funcionar la melodía primero y hasta el armado del tema tiene que primar. Rosario Bléfari decía que cada canción es un árbol. Todos los árboles son distintos; tienen su forma de ramificar, de dar su hoja, su fruto. Me gusta la idea de la narración en un sentido musical, no solo en lo que hace a la letra.
Sucio y desprolijo
Mugre les pedía Troilo a sus bandoneones. Mugre que Goyeneche sacó a relucir con astucia en sus últimos registros. Mugre: un poco de swing, un poco de rubato, un poco de todo lo anterior y todo lo futuro que impulsa Acorazado desde su placa debut hace diez años. Mugre, que sigue vigente en ellos. Mugre bukowskiana, rantifusa, en la música como en la letra: “Todo se envenena en mi boca/ todo tiene gusto a peor/no te asustes, no pido nada/ nada que mi anzuelo perdió” (La mitad: track 5 de Mugre)
Pero ¿de dónde viene el don, de dónde ellos tres juntos, cumpliendo la cincuentena de canciones? Arriesgamos que sus vertientes son mixtas y les pedimos: hablemos de influencias…
J.P.F: Salvo con los Clash, no coincidimos en nada (risas)
F.G: Para ponerlo en los últimos treinta años, yo a los 90 entré de cabeza con Beastie boys, después un poco de Depeche Mode y desde antes aún, mucho tango. Y música clásica. Últimamente estoy escuchando shostakovich Lutoslawski, Ligeti, Arvo Part. La música contemporánea tiene esa potencia de traducir con instrumentos clásicos lo que está pasando ahora, así como nosotros traducimos esto que nos rodea.
L.E: Mi entrada a los noventa fue con el punk de Dinosaur Jr… Lo otro de mi influencia es más bien clásico; rockabilly, rockanroll de los cincuenta. De los sesenta me gustan mucho los Beatles, los Stones, los Who, Neil Young.
J.P.F: (sin escalas, ni explicación, va directo a la nómina) Clash, Rem, The Cure, Talkinh Heads, Nick Cave, Moris, Cantilo, Manal, Los Visitantes, Don Cornelio, Sumo.
Una oración más
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T: Potemkin atraviesa capas heterogéneas de oyentes: nacidos en los sesenta, hijos de la democracia, adolescentes recién llegados a la música y hasta a los niños del siglo XXI. De hecho, dice la leyenda que Lulo y Juan Pablo se conocieron como padres ¿es así?
J.P.F: Sí. Mandábamos a los chicos al mismo Jardín, en Caballito y el día de la música la directora nos llamó a distintos papás para hacer algo juntos y se armó: había dos guitarristas, un trompetista, un bajista y un baterista, que era Lulo. Yo lo escuché y dije “tengo que tocar con este chabón”. Tocamos Demolición, de los Saicos, El sapo Pepe, El esqueleto del terror…
De aquella confluencia y una nana que Juan le cantaba a su hijo para que durmiese, brotó, entre otras tantas, una canción gema, en cuya letra y melodía como en las de María Elena Walsh, lo adulto se emparda con la infancia: “Todos tienen algo que envidiarle a los muertos/ No hacen colas, ni se apuran y la plata no la usan/ Como no hablan, nunca mienten, ni se van a equivocar” (Los muertos: tema 12 de Mugre)
T: La historia de Acorazado se construyó a pulmón desde el origen mismo de Mugre y también es esencialmente federal ¿quieren hablarnos un poco de eso?
J.P.F: Llegamos a la grabación gracias a un concurso donde ganamos 80 horas de mezcla y grabación. Además, previo a eso, habíamos salido a tocar un año entero los primeros 15 temas por todo el país. Después resultó que no teníamos la plata para hacer el disco físico, así que decidimos regalarlo, como había hecho Radiohead por esa época: lo subimos a una plataforma colaborativa, de las primeras que había, y la gente lo podía bajar gratis o donar algo, si quería. Llegamos a más de 12.000 bajadas. Eso con un disco físico hubiera sido imposible.
F.G: Habíamos decidido tocar mucho en el interior. De hecho, el debut de Potemkin fue en Rosario, el siguiente show fue en Córdoba y recién el tercero en Buenos Aires.
J.P.F: Aunque la independencia y la precarización se mezclan bastante, porque te obligan a ser productor, gestor, financista, cobrador, y veces podés y otras no, todo esto que pasó es también la parte linda de lo que ocurre fuera del mainstream. Una de las cosas que nos permitió internet fue intensificar un poco el ida y vuelta. Pero para mí, lo importante en este nuevo escenario de cómo llega una banda al disco hoy es consolidar una obra. Lo que te hace independiente es editar obra, sacar material.
F.G: Mugre, además, lo tocamos por todo el país, nos abrió miles de puertas.
El rosarino
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La santísima trinidad
Arltianos, criollos, los Potemkin se amotinan contra lo previsible. Son música y epifanía gracias a tres que sinergizan como seis, siempre en favor de la canción: ella manda.
Así suenan de músculo y de nervio, en imágenes abiertas, multívocas, fértiles. Lulo Esaín, el motor y en mil voces el gran manto armónico (decir que hace coros sería un error: su voz va a la par y aporta un lustre beatle, atípico en las bandas del País) Juan Pablo, violero al servicio del todo y no de sí, correlato del Juan cronista que al cantar navega de lo individual a lo colectivo en un mar de wah wah y distorsiones cuyo oleaje sombrea paisajes urbanos. Fede: el bajo escalador que trepa, construye altura y teje armonías sin privarse de clavar –inesperado, letal– su aguijón cuasi-solista, hiriente, percusivo. Enlazar el acorde y puntear agudamente al mismo tiempo: Ghazarossian tira ese truco y despliega su sostén con habilidad tse tse.
A volver
El cumpleaños de Mugre se festeja el 3 de abril a las 19:30 en el anfiteatro del Parque Centenario y se accederá por orden de llegada. La cita conjuga casi una vuelta elíptica donde completar la historia del debut discográfico: en diciembre de 2012, en el mismo escenario, la banda había dado uno de sus shows más imponentes.
“Nací de vuelta entre los escombros/ Cerca del fuego y la explosión/ Nací entre los demonios/ Dando vueltas como un caracol” decían y dicen ellos en “Caracol” (track 10 de Mugre) Pero faltaban todavía canciones, ciudades, experiencias. Faltaban de las buenas y de las malas, en las que Acorazado siempre estuvo; para hacerse oír de música, de poesía, de revolución musical contracorriente. Este domingo toca reencuentro y revancha.