A medio siglo del golpe en Chile: por qué cantaron
La instalación de la dictadura de Pinochet desató canciones como flechas en respuesta al pisoteo castrense de una democracia genuina en el continente. No solamente chilenos: argentinos, cubanos, brasileños, españoles y músicos de otras nacionalidades “dieron la voz”, dando también la alarma: Víctor Heredia, Caetano Veloso, Silvio Rodríguez, Ismael Serrano, Alberto Cortez, Mercedes Sosa, Pablo Milanés, entre otros y otras tejieron, con su proclama de arte, parte de la red solidaria con el país vecino.
En esas voces campearon la empatía y la solidaridad, pero también el compromiso de difundir algo urgente; la pandilla que secuestraba, torturaba y mataba en Chile era, tanto como sus crímenes, un peligro para la humanidad. De hecho, esa orgía de sangre desatada en 1973 fue el prolegómeno del mismo mal que arrasaría a la Argentina apenas tres años después.
Septiembre de 1973
En el Chile presidido por Salvador Allende y hasta la irrupción de la dictadura, la Nueva canción chilena transitaba su momento de mayor expansión. Sus integrantes –Víctor Jara, Patricio Manns, Isabel Parra, Ángel Parra, Osvaldo Rodríguez, Tito Fernández, Rolando Alarcón, los grupos Quilapayún, Inti-Illimani, Illapu y Cuncumén entre otros– expresaban la renovación del folclore local munidos de instrumentos autóctonos y una lírica afinada en la solidaridad. En palabras de Horacio Salinas: “antes se hablaba de los problemas de uno, ahora se empezaba a hablar de los problemas del prójimo”.
La Nueva canción… cuyos precursores eran folcloristas y poetas como Violeta Parra, Margot Loyola, Gabriela Pizarro, Héctor Pavez, Nicanor Parra y el propio Pablo Neruda, se caracterizaba por poner en valor cuestiones y sonoridades locales, ligadas a la herencia cultural nativa. Su instrumentación apelaba, con alguna excepción, a lo acústico: el bombo, la quena, el charango, el pandero, la zampoña, el tiple… Pero, en efecto, el movimiento no sólo exaltaba valores estéticos, sino también éticos; de soberanía y respeto a las raíces e historia de los pueblos.
Victor Jara 17 de julio de 1973
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Esa corriente reivindicatoria proponía lo solidario, lo colectivo, frente al extranjerismo individualista preferido del sector conservador y liberal a la vez, en cabeza del golpista Pinochet. Como en casi todas las dictaduras del continente, el general buscaría silenciar esa veta popular e imponer la frivolidad o el europeísmo, modelos estéticos de la cipayada castrense que poco sabía de música, pero mucho del peligro que implicaba dejar cantar a los buenos.
En ese contexto, la primera víctima reconocida del pinochetismo fue Víctor Jara, referente absoluto del movimiento, secuestrado y muerto bajo tortura en el estadio Chile, que las fuerzas armadas habían convertido en campo de concentración desde el día siguiente al golpe.
Crónica de una dictadura anunciada
A tal punto estuvo involucrada la música con la política en Chile que su emblemático Festival de la Canción de Viña del Mar resultó caja de resonancia de aquellas expresiones, tanto a favor como en contra del fascismo que movía sus fuerzas propagandísticas contra la coalición Unidad Popular (UP), con Salvador Allende, su candidato electo en 1970, ya en ejercicio.
Corría entonces la 12° edición del Festival, y la exitosa Miriam Makeba –creadora del hit Pata Pata– había ya recibido una impresionante silbatina por sus palabras de aliento al movimiento social chileno y al presidente de la República.
Pero fue precisamente en la edición de 1973, un domingo 4 de marzo, seis meses antes del golpe, cuando la respuesta de “el monstruo” –como se ha dado en llamar al público de ese encuentro, en base a su exigente respuesta– alcanzó su cenit, en el histórico concierto de Quilapayún
Homenajean a Violeta Parra Mercedes Sosa, Chico Buarque, Caetano Veloso, Milton Nascimento e Gal Costa
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En la quinta Vergara, sede del encuentro, la debacle entre los aplausos de sus simpatizantes y las “pifias” (abucheos) de sus enemigos, se hizo oír cuando los Quilapayún, al cabo de interpretar tres canciones y dedicar su show a “nuestro Nobel” Pablo Neruda, increpó al público “que pifia al poeta nacional y aplaude a un extranjero que se mete en nuestra política interna” en alusión a Tony Ronald, un popular cantante holandés que se había presentado comentando “los difíciles tiempos “ por los que, desde su particular perspectiva, pasaba el país. Finalmente, el show debió acabar y no quedan registros fílmicos del episodio, pero sí sonoros.
El argentino Alberto Cortez también tendría, años después, una experiencia negativa en esos escenarios, pero en plena dictadura. En la edición de 1979 del festival, con Pinochet en primera fila, Cortez quiso rendirle homenaje a la folclorista chilena Violeta Parra –artista germinal del clan Parra; madre de Ángel e Isabel, hermana de Lalo, Nicanor y Roberto– interpretando su Gracias a la vida. En ese instante, según reseñó El Mercurio de Valparaíso el dictador, furioso, se levantó con todo su séquito y se retiró del auditorio.
Yo pisaré las calles nuevamente
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Todas las voces todas
En 1998, el sello discográfico Alerce, publicó uno de los álbumes más acabados en homenaje al mártir de la canción chilena. El LP, titulado “Tributo a Víctor Jara” incluye versiones de piezas emblemáticas: Te recuerdo Amanda por Silvio Rodríguez; Vientos del Pueblo, por Ana Belén y Víctor Manuel; Plegaria a un Labrador, por León Gieco; El Encuentro, por Isabel Parra; Manifiesto, por Víctor Heredia; El Cigarrito, por Javier Calamaro; Deja la vida volar, por Pedro Aznar; El aparecido, por Ismael Serrano; Ni chicha ni limoná, por Ismael Serrano, entre otros.
Los homenajes de músicos a la resistencia chilena fueron muchos, algunos emblemáticos, con dimensión de himno, como Yo pisaré las calles nuevamente, compuesto por Pablo Milanés en homenaje al militante Miguel Henríquez, de cuyo asesinato el autor supo el 5 de octubre del año 1974, tras lo cual escribió esa letra.
Quilapayún 1973
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Patricio Wang, de Quilapayún: “Nos seguían escuchando discretamente en la intimidad de los hogares”
Además de multi-instrumentista y compositor, Patricio Wang, miembro clave del legendario grupo Quilapayún –referencia obligada de lo que se conoció como Nueva Canción Chilena– tiene en su haber una vasta obra y carrera musical. Ha dado cuenta de ello en otras formaciones de renombre, como Barroco Andino, Amankay, y en sus trabajos solistas. El músico, a su vez, alberga un militante que, como hace cinco décadas, evidencia en su discurso con una clara cosmovisión social y política. A medio siglo de la conmoción que resonó también en la denuncia de sus artistas, en particular de los músicos, sus principales voceros, Wang conversó con Télam.
¿Cómo fue para Quilapayún hacer música desde el extranjero durante la última década de dictadura en Chile?
Tuvimos que asumir que había que seguir progresando, creando nuevos caminos en el exilio: una dura realidad impuesta y a la cual siempre hay que doblarle la mano, porque la finalidad de la dictadura era silenciarnos, a nosotros y a todos los músicos chilenos que estábamos construyendo con nuestro presidente Salvador Allende una sociedad más justa. La dificultad era que la relación con el público fue un diálogo interrumpido en forma brutal y salvaje. Sin embargo, había que seguir avanzando, y nuestra creación se dirigía a todo público que pudiera escucharnos, en todas las ocasiones posibles y en todos los rincones del planeta donde se necesitara denunciar los crímenes de la dictadura y proponer la nueva música y poesía que teníamos para dar.
¿Qué devolución tuvieron durante esos años por parte de su público? ¿Cuándo volvieron a tocar a Chile?
Fue mínima la posibilidad de recibir el comentario directo del público chileno, que durante muchos años estuvo privado de nuestra música, a pesar de una pequeña circulación clandestina a través de casetes grabados caseramente. Ese era el medio de difusión de entonces: una forma muy limitada y confidencial de poder existir en el oído del público. Como mucho, el comentario de los compañeros “del interior” (como los llamábamos en la época) era que seguía intacto en Chile el cariño por el grupo y por el trabajo musical realizado hasta el golpe, que ya se había instalado en el corazón y el oído de todo un pueblo, y que los discos (o casetes) se seguían escuchando discretamente en la intimidad de los hogares. Esto, por supuesto, representaba un peligro para los militares golpistas. En cierto modo tenían razón: una canción que expresa el deseo de una sociedad mejor y más justa siempre será un peligro para una dictadura fascista.
Entonces, pese a todo, Quilapayún siguió presente en su país
Sí. Pero era necesario encontrar la manera de reestablecer el diálogo con el público y eso recién se produjo cuando pudimos participar en la manifestación final del referéndum de 1988 que proclamaría el NO a Pinochet y el fin de ese negro período de nuestra historia. En esa ocasión sólo pudimos participar en la manifestación con un par de las canciones emblemáticas que todo el mundo conocía. Pero eso, además del triunfo masivo del NO, permitió que volviéramos un par de meses más tarde con una gira nacional donde mostramos todo un repertorio creado en el exilio además de las canciones tan recordadas.
¿Cómo fue ese regreso?
Apoteósico en lo personal, ver a toda la gente que acudió en masa al aeropuerto para recibirnos, el reencuentro con un Chile sin dictadura, reencontrar a las familias en un marco menos tenso que bajo el yugo militar. Y sobre todo poder presentar un concierto que representaba los distintos períodos de la historia del conjunto, incluyendo un repertorio que para el público chileno era todavía desconocido. Ese fue el punto más emocionante, porque si bien para la gente era importante recibir las canciones emblemáticas, fue como si el público hubiera necesitado evolucionar y esperar también algo que lo sorprendiera, porque las nuevas producciones fueron recibidas con un gran entusiasmo. Esto nos dio una gran alegría; especialmente nos estimuló a seguir pensando que nunca hay que dormirse en los laureles, y que la mejor manera de alimentar una larga carrera como la nuestra era buscar siempre nuevos desafíos, sin esperar resultados. Es la más noble tarea para un artista que quiere hacer avanzar el arte y la sociedad. Es lo que lo mantiene vivo y con ganas de seguir vigente.
Dar la voz entre la oscuridad
Durante la dictadura, las grabaciones en Chile circulaban mano a mano, en casetes grabados caseramente. Y estuvieron prohibidas por los dictadores, hasta que el sello Alerce comenzó a filtrar entre otras músicas populares, la obra de algunos artistas disidentes.
A algunos locales, como Inti-Illimani o Quilapayún, el golpe los encontró en el extranjero. Otros, como Los Jaivas (que fusionaban folclore y rock progresivo) incómodos con el clima imperante, deciden mudarse a Zárate, provincia de Buenos Aires, donde cosecharán fama local.
Violeta Parra-Gracias a la vida
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Y están también los que se quedan. De esto nos habla Lucho Lebert –miembro de “Santiago del nuevo extremo” –agrupación formada en la ciudad que le dio nombre– quien respondió a Télam a propósito de este aniversario. A partir de la pregunta acerca de cómo fue empezar un proyecto artístico en el contexto dictatorial, Lucho señala que “reunirse a hacer música es la condición natural del ser humano en toda época… esto es como al revés. Veo la pregunta más para los milicos ¿cómo es tratar de imponer un comportamiento sin poesía al ser humano? Simplemente no se puede…”.
Mercedes Sosa: te recuerdo Amanda
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Agrega Lucho en el mismo intercambio: “Los milicos nos padecieron. Para ellos, el enemigo eran los militantes, nosotros no lo éramos” dice el músico, pese a que la audiencia militante los seguía y escuchaba.
La condición musicalísima de Chile desbordó los cauces dictatoriales. Además de los géneros folklóricos y progresivos, avanzados los años de plomo, desde los tempranos 80 tuvieron su propia expansión y circuito bandas de pop y rock como Los prisioneros, La ley, Los tres, e incluso, dentro de este, algo tan específico como el subgénero del metal, que asumieron formaciones como Pentagram, Necrosis, Dorso, y Squad, entre tantas más que convocaron formas renovadas de resistencia posible.
Los Tres
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Canto que ha sido valiente
“Yo no canto por cantar/ni por tener buena voz/canto porque la guitarra/tiene sentido y razón” decía Víctor Jara casi en respuesta al título de este repaso. Era su pulsión visceral, ajena a la conveniencia; pulsión común del arte y de las causas.
La canción y la lucha, fueron pares en ciertos momentos históricos: el Chile de los 70 es paradigma de esto. Y el porqué del cantar, para celebración de un deseo colectivo, sigue sonando. Como en Jara; trágico, premonitorio y alentador a una misma voz: “Ahí donde llega todo/ y donde todo comienza/ canto que ha sido valiente/siempre será canción nueva”.
"Los chacareros de dragones" (León Gieco, 1977)
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La otra música chilena durante la dictadura: el grupo “Callejón”
*Por Iván Gajardo – Músico y periodista.
Además de las expresiones consagradas que ocuparon parte del mercado discográfico chileno, hubo durante la dictadura exponentes que circularon por circuitos alternativos. En peñas, ollas populares, sindicatos, se sumaron expresiones cuyos integrantes por lo general mezclaron la militancia partidaria con la cultural, y que contribuyeron decididamente a la organización de la resistencia en sectores populares y el combativo espacio universitario.
Estos tuvieron una difusión diferente, un público diverso y su música circuló mayoritariamente en casettes “pirateados”, en peñas y fogatas.
Es el caso del grupo Callejón, una agrupación cuya propuesta estética se fundó en la música de raíz latinoamericana, sumando además instrumentos andinos y también sinfónicos, como contrabajo y fagot.
Callejón nació al calor de las luchas estudiantiles de principios de los 80 en la Escuela de Música del “Pedagógico” un campus universitario, emplazado en el barrio de Ñuñoa, en el oriente de la capital chilena, centro neurálgico de la mayoría de las protestas estudiantiles, emblemática por los permanentes enfrentamientos de sus estudiantes con la policía.
Se trató de un grupo “en extremo peculiar, que, como pocos de la época, cruzó mundos entonces lejanos: de la universidad a la olla común; de lo docto a lo popular; de la ideología formal a una desobediencia cívica casi anárquica”, según testimonia el portal chileno "Música Popular"
Callejón participó a mediados de los 80 y a lo largo del país en numerosas campañas de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), que agrupa a los universitarios de todo el país.Sin embargo, y pese a su intensa actividad en vivo, el grupo nunca llegó a grabar un disco.
En septiembre de 1986, Callejón fue invitado a participar en Buenos Aires del acto realizado en el Luna Park “Un Austral para Chile”, organizado por el Comité Argentino de Solidaridad con Chile (Caschi) una actividad concebida para reunir fondos para la oposición a la dictadura, que aún gobernaba el país. Allí actuaron junto a connotados músicos latinoamericanos como Alfredo Zitarrosa, Víctor Heredia, Osvaldo Pugliese, entre otros.
Durante esa corta estadía en Argentina, se produjo un hecho bisagra que cambió la historia del grupo: el atentado a Pinochet, también conocido “Operación siglo XX, el 7 de septiembre de 1986.
A su regreso a Chile, una semana después de ese hecho, bajo estado de sitio, ejecuciones sumarias y una atmósfera política extremadamente tensa en el país, la casa en la que vivían algunos integrantes de la banda fue allanada por agentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI). Si bien no los encontraron, los músicos debieron esconderse por semanas en otras viviendas, hasta que decidieron viajar a Argentina.
En el país, realizaron presentaciones en casa culturales, actos políticos y también una gira por Neuquén y Cutral-Có, además de presentaciones en Uruguay.
Un año después el grupo se disolvió. La única grabación oficial de la banda se hizo en Buenos Aires, pero nunca llegó a editarse oficialmente y también circuló en formato cassette, de mano en mano, por los años.
Persisten en la memoria de esa generación de seguidores, sin embargo, temas como "La cueca del librito", y "Encuentro".
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