Los secretos del éxito del cine coreano
En medio del aluvión de películas de ficción, series y telenovelas que cada semana se suma al segmento de Netflix denominado “Contenido Coreano”, el próximo viernes 27 de octubre aparecerá una auténtica rareza: se trata de “Puerta Amarilla: un cineclub de pelis B en los 90” (“Yellow Door: ‘90s Lo-fi Film Club” es el título internacional), documental que reconstruye la historia de un grupo de entusiastas cinéfilos liderados por un entonces muy joven Bong Joon Ho (ganador del premio Oscar en 2020 por “Parasite”) que en 1992 creó un ámbito de estudio, debate y difusión, y que para muchos fue clave para el posterior boom del denominado Nuevo Cine Coreano.
Hoy los grandes estudios, los servicios de streaming, los principales festivales y las audiencias de todo el mundo se han rendido a los pies de directores como el propio Bong Joon Ho (quien luego de varios cortos debutó en el largometraje en 2000 con “Perro que ladra no muerde”) o Park Chan-wook (“Oldboy: Cinco días para vengarse”), pero -como se afirma en “Puerta Amarilla…”- en los años '90 que un joven trabajara en el sector audiovisual coreano era considerado algo vergonzoso y deshonroso para su familia. Así de alicaída y desprestigiada estaba esa industria.
Lo que este documental de 84 minutos dirigido por Lee Hyuk-rae (quien fuera uno de los fundadores de aquel grupo) cuenta es que hasta los años '90 casi no había cineclubes, salas dedicadas a película de arte y ensayo ni revistas especializadas. Corea del Sur era un país cerrado, sin demasiada producción intelectual en general ni reflexión sobre el cine en particular.
Un poco de historia
En 1992, a los 23 años, Bong Joon Ho, quien tenía trabajos precarios y había pasado por la carrera de Sociología, creó junto a otros jóvenes "Puerta Amarilla", un club de cine donde se proyectaban y analizaban clásicos como “Ladrones de bicicletas”, de Vittorio De Sica; “El acorazado Potemkin”, de Sergei Eisenstein; “Luces de la ciudad”, de Charles Chaplin; “El gabinete del Dr. Caligari”, de Robert Wiene; “El salario del miedo”, de Henri-Georges Clouzot; “Sin aliento” y “El desprecio”, de Jean-Luc Godard; “El ciudadano”, de Orson Welles; “La noche americana”, de François Truffaut; “Antes de la revolución”, de Bernardo Bertolucci; “Nostalgia” y “El sacrificio”, de Andréi Tarkovski; “La conversación” y “El Padrino”, de Francis Ford Coppola; “Toro salvaje”, de Martin Scorsese; así como films de otros cineastas como Théo Angelopoulos, Dušan Makavejev, Andrzej Wajda o Abel Ferrara.
Inspirados por Kim Hong-joon, autor del libro “Dos o tres cosas que sé de cine” y luego director del Archivo de Cine Coreano, se traducían publicaciones como “Understanding Movies”, de Louis D. Giannetti, o “A History of Film”, de Jack C. Ellis; se compartían copias piratas en VHS de títulos que casi no circulaban de otra manera, y hasta se publicó una revista sobre el séptimo arte.
“Fuimos la primera generación de cinéfilos que nos convertimos en cineastas”, dice Bong, quien recuerda entre sonrisas que eran unos jóvenes arrogantes que discutían sobre semiótica y semiología, posmodernismo y posestructuralismo, sobre los conceptos de Roland Barthes, sin tener todavía la formación adecuada. Varios de ellos, como el propio director de “The Host” o Choi Jong-Tae, luego siguieron en la industria cinematográfica; mientras que otros se dedicaron a los más diversos trabajos, dentro y fuera del ambiente artístico (el filme tiene testimonios de doce de las decenas de integrantes que formaron parte de aquel proyecto grupal de divulgación y análisis).
Pero, más allá del fenómeno de los cineclubes (además de Puerta Amarilla surgieron en esa época otros más formales como Jangsangot Hawks, Youth, Cinematheque 1895 que luego se llamó SA/sé y Homo Videocus), este documental que acaba de ganar el Cinephile Award en el Festival de Busan narra tambén la historia del primer cortometraje (secreto) de Bong Joon Ho. En efecto, si uno analiza la filmografía “autorizada” del director de “Memorias de un asesino”, “Madre” y “Okja” apreciará que figuran como primeros trabajos “Incoherencia”, “Memories in My Frame” y “White Man”, todos de 1994. Sin embargo, mucho antes, rodó con una cámara Hitachi 8200 Súper VHS un muy artesanal film de animación stop-motion (cuadro por cuadro) titulado “Buscando el Paraíso”, con el muñeco de un gorila como protagonista.
Bong Joon Ho no solo recupera aquel muy simpático corto casi amateur sino que aporta también decenas de rollos de Súper 8 con pruebas, ensayos o filmaciones caseras de aquellos integrantes de Puerta Amarilla rodadas en Seúl o en distintos viajes. Y fue poco después del final de aquella experiencia que -casualidad o no- en Corea surgieron como hongos las salas especializadas, los festivales y las escuelas de cine.
"Puerta Amarilla" (Netflix)
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Si bien la experiencia fue más bien breve (a los dos años ya comenzaron a notarse las diferencias internas que llevaron a su disolución), Puerta Amarilla tuvo un fuerte impacto en la formación de Bong Joon Ho, de otros directores y de toda una generación de cinéfilos que sobre finales de los '90 y durante toda la década de los 2000 llevó al Nuevo Cine Coreano a la cima, la cúspide de la consideración internacional junto a patriarcas más veteranos como Im Kwon-taek, Hong Sang-soo o Lee Chang-dong.
Pero, claro, esta ya es otra historia, más amplia, más oficial. “Puerta Amarilla: un cineclub de pelis B en los 90”, en cambio, es una nostálgica carta de amor al cine y a la cinefilia, la recuperación de una modesta épica, casi secreta, para muchos incluso hasta ahora perdida, que de alguna manera inspiró hace ya tres décadas a unos cuantos para animarse a romper barreras, desafiar prejuicios y ayudar a consolidar un cine que hoy es de vanguardia y referencia tanto a nivel autoral como dentro de los géneros más populares.
"Parasite", el mayor suceso del cine coreano en Hollywood
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